El taxista, mientras recorría por tercera vez la misma
calle buscando la dirección que le había indicado su pasajera, pensaba: “¡qué
noche de perros! y justo en mi primer
día me tiene que tocar una vieja que no
sabe adónde va… en el fondo me da pena… no sé si me voy animar a cobrarle todo
lo que marca el reloj! Ya le tuve mucha paciencia, pero pobre… está muy nerviosa… a ver si se me descompone la abuela.
Y bue… yo tengo ganas de ir al baño…
mejor bajar un ratito así se calma y se le va un poco el frío.”
Paró en una pizzería que estaba en la esquina,
por la que había pasado varias veces, buscando
el restaurante donde la estaban esperando a la abuela y dándose vuelta en el asiento le preguntó:
-
¡Abuela!...
¿Por favor, se anima a esperarme unos minutos? ¿O prefiere bajar? Le aclaró: - tengo necesidad de ir al baño.
-
Sí,
sí, por supuesto… faltaría más…yo también voy- acordó ella.
Entraron al local, que estaba lleno de gente.
Buscando con la mirada cada uno ubicó
la puerta, una al lado de la otra, con el consabido signo de su género. El
salió primero y como ella tardaba, vio
que se había desocupado una mesa y fue a sentarse.
“Claro… con tanta ropa que lleva encima le
costará arreglarse” pensó. Mientras, fue pidiendo al mozo una pizza y una botellita
de vino tinto. Como para ir tirando mientras esperaba.
Cuando ella salió del baño, él le hizo señas de
que se acercara invitándola a sentarse.
Ella se sorprendió en un principio pero luego fue hasta la mesa de buen grado-.
Comenzó a quitarse el abrigo y él le ofreció, cortésmente:
-¿La ayudo? -. Ella aceptó. Ahí pudo apreciar
que “la viejita” tenía un cuerpo bien
formado, agradable, se diría.
Luego de
sentarse se levantó el velo del sombrero.
– ¡Señor
. Qué molesta le debo resultar a usted, con tanta vuelta!
“¡Epa… con la dama…es linda y más joven de lo
que creía, viene el paquete completo!” - pensó el taxista.
Y exclamó en voz alta - ¡y yo que le decía
“abuela”!.
Ella suspiró agradeciendo el cumplido.
Enseguida llegó la pizza y empezaron a entrar en confianza. El se
enteró de que se llamaba Mery y hábilmente, para saber si tenía el campo libre,
le preguntó:
-¿y para quién se ha vestido tan elegante esta
noche?
-¡Ah! , es que me esperaban unos amigos para
festejar mi cumpleaños.
-
¡Bueno,
entonces festejaremos nosotros también! ¿Qué le parece un champucito?
-
¿Qué
es eso?
-
¡Un
champán, Señora…!
Pasó el tiempo entre copa va, copa
viene, confidencias, risas, hasta que Mery que también ya lo llamaba por su
nombre, dijo, bastante mareada y no muy convencida – Osvaldo… me tengo que ir, es tarde.
El taxista dejó que ella pagara la
cuenta porque él no había recaudado nada. La llevó de vuelta hasta su casa casi
en silencio, como para no cortar el encanto de la velada.
Se bajó del taxi y tomándola del
brazo la acompañó hasta la puerta de su casa.
-
¿Estás
bien?- Le preguntó al oído
-
Sí,
sí- dijo, sin soltarse de su mano, mientras abría la puerta con la suya y lo dejaba
entrar al edificio, a su departamento, a
su vida.
Pocas palabras, nada de promesas y muchas
caricias.
El taxista y la dama pasaron la más
maravillosa noche de amor