viernes, 28 de septiembre de 2012

EL PESCADOR


Contra el brillo del agua se dibuja, opaca, la negra silueta del pescador. En la penumbra, un borde de luna perfila el brazo extendido que sostiene la caña. Los árboles inmóviles y la luna vigilan las ondulaciones de la corriente que mecen la boya de la línea de pesca. En el silencio de grillos y ranas se oyen los golpeteos del agua contra el bote.
            Este recodo del río es su lugar preferido. ¿Cuántos años hace que busca este preciso lugar? Aunque el sol se ocultó hace horas, el pescador no se ha sacado el sombrero. Mira la boya fijamente y espera el pique en una abstraída concentración.       
Papá está envolviendo la carnada en una hoja de diario y la pone en una bolsita. Yo preparo la caja de pesca. El cuchillito filoso, las líneas enrolladas prolijamente en los rectángulos de corcho con tres tamaños de anzuelos, papel de diario y unos trapos.
Viene mamá, nos alcanza la caja con la vianda, el termo, el mate, los sombreros y el botiquín. “Por el amor de Dios, tengan cuidado con los anzuelos, y no se les ocurra traer los pescados sin limpiar”.      
El viejo pescador mira el cielo estrellado, negro como el río que fluye indiferente arrastrando ramas y camalotes. La boyita oscilante iluminada por la luna, parece una extensión del hombre.
Él pierde la mirada en el agua centelleante y los recuerdos flotan en la superficie de sus pensamientos.
             Primero lanzar no muy lejos y esperar en silencio. La boya se hunde de repente y el brazo reacciona, tira con fuerza, entrenado para enganchar el pez. Luego traer, enrollar el riel. No se sabe qué hay en el extremo, pero aunque el pez sea pequeño siempre es emocionante ver salir fuera del agua ese trofeo plateado y movedizo que va a parar al balde de latón.
Hay mucho pique, el balde está lleno, las mojarritas y la boga boquean cada vez más lentamente con los ojos irremediablemente abiertos. Algunas todavía saltan como si pudieran escapar. Aprendo rápido a sacarles el anzuelo de la boca. Los tomo de los costados de la cabecita y hago presión para que abran las mandíbulas, entonces tiro para recuperar el anzuelo quebrando los cartílagos y huesecitos. Si el pescado es grande me ayudo con el pequeño cuchillo.  Antes de volver hay que limpiarlos, sacarles las escamas y las tripas, lavarlos en el río que se lleva los desechos. Las mojarritas, que no sirven para comer, las arrojamos al agua y malheridas se alejan arrastradas por la corriente. El olor de los pescados impregna la caja, los trapos, nuestras manos.
Ahora disfruta de la soledad de ese lugar, le gusta adivinar el misterioso fluir de ese río vivo que sólo deja ver el brillo verdoso de la luna y esconde en la profundidad los peces hambrientos que serán engañados por la carnada.
Un tirón y la boyita desaparece, el brazo rápido recoge, trae. La caña se dobla. Algo tira con fuerza. Se afirma en el fondo del bote y trata de agarrar el bichero sin soltar la caña, no lo va a dejar escapar. Un nuevo tirón lo hace trastabillar, pero se vuelve a afirmar, deja caer el bichero y lucha con los dos brazos para no soltar la presa. Es lo que ha estado esperando desde hace horas. 
Una enorme cabeza surge del agua y brilla a la luz de la luna. Él conoce bien la forma achatada y los bigotes pero no puede existir un pez de ese tamaño. Desde chico ha oído a los isleños contar la historia del Gran Bagre, después de unas ginebras la repetían en los boliches año tras año. Puros cuentos de borrachos.  
El bagre gigantesco se sacude en la superficie y golpea el casco con furia, el hombre pierde el equilibrio, el pie se engancha en el cabo del ancla, cae por la borda, intenta subir al bote pero la tanza enredada en su cuerpo lo retiene. El hombre se revuelve desesperado sin poder soltarse. El bagre se sumerge llevándose caña y pescador. El bulto serpenteante forma una breve estela hasta desaparecer.
            En el medio del río un bote se hamaca solitario y sale el sol. 
                                                                                              
                                                                             Mónica  Cincinnati                                                                        
                      

viernes, 7 de septiembre de 2012

Una mañana de playa

Estaba disfrutando del sol en una playa, cuando apareció  un matrimonio con una bebita de unos dos años y una niñera. Llamaron mi atención inmediatamente. Tanto, que  no podía dejar de observarlos.
Un mozo  armó cuatro sillas de playa, una sombrilla,  una mesita y se instalaron.
            Los padres de la niña se veían  juveniles, lindos y parecían tener un nivel de vida alto.  Con muy buena  vestimenta, hermosos juguetes para la niña y traían una niñera a veranear con ellos.
Luego de acomodarse, ambos padres se dispusieron a tomar sol, mientras la niñera, que no tenía traje de baño, sino una  bermuda y remera, corría detrás de la niña.
            El hombre se recostó y se calzó unos anteojos oscuros que   no dejaban traslucir ningún gesto  de su rostro. La mujer era muy bonita. Rubia, con cabello largo y suelto hasta media espalda. Lucía una hermosa malla de dos piezas que mostraba un cuerpo perfecto; sin estrías y con una piel muy cuidada. La niña se parecía a los padres, era muy rubia y flaquita. Hablaba sin parar, se escapaba hacía la orilla del mar y la niñera la seguía pegada a ella.
De pronto la niñera giró hacía donde yo me encontraba y pude ver a  una mujer mulata de unos 35 años, de aspecto humilde. Me sorprendió la expresión de tristeza que emanaba de sus ojos. Se mostraba muy amable con la niña tratando de hacerla jugar, pero no sonreía, sus ojos estaban sumamente tristes. Eso hizo volar mi imaginación. “¿Que le podría suceder  a esta mujer estando en esta hermosa playa? Parecía a punto de llorar en cualquier momento.  “¿Sería por sus  propios hijos?” Tal vez tenía 2 ó 3 niños pequeños que debía dejar al cuidado de otros para trabajar… Todo pasaba por mi mente mientras la veía perseguir a la niña.
Mientras tanto la madre, untaba su cuerpo con  cremas. Lo hacía con  esmero  acariciando sus brazos y sus muslos de  manera seductora. Simultáneamente conversaba con su marido, pero él apenas respondía. Luego que terminó con las cremas,  siguió con el arreglo de su cabello y cuando finalmente decidió recostarse y tomar sol, la niña se acercó a pedirle algo. La mamá le contestaba muy bien, le daba juguetes y parecía tener un muy buen trato con la niñera.  A su vez esta,  hacía todo el esfuerzo  por llevarse a la pequeña  y dejar a los padres tranquilos tomando sol.
La niña insistía  escapando del lado de la niñera. Se sentaba ya sea cerca del padre o de la madre, siempre tratando de llamarles la atención. El padre ni se movía. En cambio, la madre en un momento tomó su cartera y  fue hacia la zona de los  kioscos. En ese rato quedaron solos el padre, la niñera y la niña. Fue entonces que el padre, que antes ni se movía,  se incorporó rápidamente de su silla playera, se quitó los anteojos oscuros y empezó a hablar muy animadamente con la niñera. Esta le contestaba solo con movimientos de cabeza,  pero yo desde mi lugar de pocos metros de distancia, percibía la incomodidad de la mujer de ojos tristes. A tal punto, que tomó a la niña de una mano y  la llevó a juntar conchillas por la  playa.
Luego de un rato regresó la madre con golosinas y también regresaron la niña y la niñera. La escena  volvió a como había comenzado. El hombre se recostó y reanudó  su mutismo.
Surgieron tantas probables historias en mis pensamientos:
 El señor  quería conquistar a la niñera y aprovechaba el rato en que su bella mujer se iba,  para asediarla. La niñera que era una mujer decente  estaba sobre aviso. Sentía aprecio por su patrona. La trataba tan bien… Ella no quería ocasionar problemas en la pareja y además necesitaba tanto ese trabajo… De él dependía el sustento de sus tres hijitos.  Por eso su mirada triste, y su intento de evitarlo cuando tomó a la niña y se fue a caminar.
 La esposa, tan bonita, no  sospechaba nada.  Joven y moderna pero algo ingenua ignoraba los avances de su marido.  El hombre arriesgaba tener una aventura con  la niñera de su hija  que para más ni siquiera era  bonita. Se sentía aburrido de una esposa tan bella y tan perfecta. Eso estaba bien para lucirse con los amigos, con sus jefes y compañeros de trabajo. Pero vivir con alguien tan perfecto todos los días era difícil.  

Estaba en esas cavilaciones cuando una voz potente me trajo a la realidad:
- El sol está muy fuerte. ¿Que te  parece si nos vamos? –interrumpió mi marido.
Resignada a  quedarme sin final, cerré mi silla playera  y nos fuimos.
 En el camino de regreso  le relaté lo visto y mis sospechas.  Riendo burlonamente me dijo:
- Siempre inventando historias... ¿Por qué imaginás a  la mujer tan perfecta? ¿Solo por ser bonita? ¿Y si era bella,  pero tipo bruja?
No solamente  quedé sin final, sino que se  ampliaron mucho mis dudas…
                                                                                                        Gely Taboadela 

jueves, 6 de septiembre de 2012

Hombro a hombro

22/08/2012   Metáforas 

Llegó hasta la altura del hombro de su novio, subiéndose a unos tacos muy altos. Claro que no siempre podía ponérselos. Dependía de la ocasión.
Pero Lidita no se amilanaba,  aunque tenía envidia de las otras  chicas, que habían conseguido  novios no exageradamente  altos como el de ella. Se las arreglaba para que no se notara. Para sacarse una foto, elegía una escalera y ella se subía a un escalón. Lo hacía bajar siempre a él primero el cordón de la vereda. Pero en general trataba de que estuviera sentado así no se notaba tanto. Además ella le dijo que no le gustaba que le hablara caminando porque sino él tenía que bajar la cabeza hacia ella, que estiraba su cuello lo más que podía. En su afán de parecer más alta se ponía un sombrero con copa para salir y hacía muchos ejercicios de elongación todos los días. También siempre tenía a mano  en su casa un banquito de madera y encontraba una excusa cualquiera para subirse: que había una mancha en la pared, que no andaba la luz de la lámpara , que una cucaracha caminaba por la alacena, o que alguna pulga la había picado. Hasta que un día Oscarcito su novio, que era tan alto que lo eligieron para ser granadero en el servicio militar, empezó a cansarse de tantas rarezas  y le preguntó:
-¿De dónde trajiste las pulgas?- a lo cual, rápidamente  contestó:
 - Querido… ¿no será que las trajiste vos del Regimiento?-
Se sintió orgullosa de ella misma. Había superado una prueba de altura sin banquito de auxilio. Era inteligente, astuta y su ego cada vez estaba más alto. Tanto que hasta realmente creía haber crecido. Fue entonces que  ya próxima a la fecha de casamiento, mirando las últimas fotos juntos, se dio cuenta de que Oscarcito estaba una cabeza mas abajo que ella. Horrorizada pensó-¡que hice! … se me fue la mano… ¿y ahora?... va a quedar mal que la novia sea más alta que el novio-

Lidita se dispuso a empezar  todo de nuevo… pero al revés.
                                                                                                          Raquel Micheli